LA INMIGRACIÓN
Después
de la independencia y a medida que los países americanos fueron
evolucionando, se fue creando en Europa un creciente interés por
trasladarse hacia América.
Los factores que impulsaron las migraciones europeas fueron varios:
1) La ruina de las pequeñas industrias familiares que no pudieron competir con las fábricas.
2) La ruina de los artesanos que tampoco podían competir con las fábricas.
3) La desocupación masiva en el campo generada por el cercamiento y la mecanización del trabajo agrícola.
4)
Las oleadas de desocupación en las fábricas cuando alguna innovación
técnica (una nueva máquina) quitaba trabajo a los obreros.
5) Las crisis de superproducción que obligaba a los fabricantes a despedir personal.
6) Las persecuciones políticas, sindicales o religiosas.
La
mayor rapidez y seguridad del transporte marítimo con la navegación a
vapor y el abaratamiento de los pasajes favorecieron la migración. Los
países americanos estimularon el traslado de inmigrantes porque
necesitaban mano de obra e incluso se formaban empresas para traerlos y
les pagaban el pasaje a cambio de trabajar cuando se instalaran en
América. A veces se cometían abusos y los inmigrantes transformaban en
“esclavos blancos”. Empresarios inescrupulosos contrataban barcos
antiguos y pequeños donde traían a los inmigrantes sobre la cubierta en
malas condiciones y como si fueran parte de la carga.
Los países europeos veían con buenos ojos la salida de población de sus territorios porque:
- desahogaba las presiones internas sobretodo en momentos de crisis.
-
los inmigrantes que instalados en otros continentes progresaban
económicamente querían comprar productos europeos y se transformaban en
nuevos mercados de consumo.
LAS PRIMERAS ETAPAS
La
emigración hacia nuestro país comenzó a ser importante hacia el año
1834. Entre 1835 y 1842 ingresaron 17 mil franceses, 12 mil italianos y
más de 10 mil españoles. Hubo proyectos para favorecer el ingreso de
inmigrantes.
Samuel
Lafone presentó un proyecto por el cual se encargaba de traer
inmigrantes vascos si el estado uruguayo le pagaba y le permitía comprar
tierras pagándolas con títulos de deuda. El estado recibiría luego, a
largo plazo, la devolución del dinero gastado, comprometiéndose los
inmigrantes a pagar los pasajes en dos años. El proyecto no fue
autorizado por la Asamblea General al considerarlo oneroso.
Otro
proyecto fue el de crear una ciudad en la zona del Cerro de Montevideo
con inmigrantes, a la que se llamaría Cosmópolis. Se dividió la tierra
en chacras pero el proyecto se prolongó en el tiempo por la falta de
interesados.
En
estos primeros años de ingreso de inmigrantes la inmigración espontánea
fue más que la organizada; el estado no seleccionó ni distribuyó a los
inmigrantes. Esto tuvo como consecuencia que la inmigración no fuera en
muchos casos tan calificada como era deseable y que su asentamiento no
se hiciera en todo el territorio del país, concentrándose en Montevideo.
Durante
la Guerra Grande, no solamente se interrumpió la inmigración, sino que
muchos extranjeros se retiraron del país. Durante la guerra fue evidente
la concentración de los inmigrantes en la ciudad de Montevideo, ya que
la mayoría de la población y la mayoría de los integrantes del ejército
del Gobierno de la Defensa, eran extranjeros, destacándose por su número
los franceses.
LA INMIGRACIÓN EN LA SEGUNDA MITAD DEL SIGLO
Después
de terminada la guerra recomienza la inmigración. Durante la guerra y
en los años que la siguieron se produjo una inmigración muy especial que
fue la de brasileños que se establecían en la zona norte del Uruguay
cerca de la frontera con Brasil. Esta inmigración creó más dificultades
que beneficios. En muchos casos se trataba de estancieros que compraron
campos aprovechando su bajo valor durante la guerra. Estos estancieros
llevaban ganado hacia sus estancias del lado brasileño disminuyendo los
anímales del lado uruguayo y perjudicando a los saladeros que colocaban
su producción en Brasil. Además no cumplían con las leyes del Uruguay y
ante cualquier problema que tuvieran con el estado oriental, se
presentaban ante las autoridades de Brasil para que estas presionaran
sobre el gobierno uruguayo. A pesar de que la esclavitud había sido
abolida (en 1842, aunque desde 1830 había ya libertad de vientres y no
se permitía la introducción de nuevos esclavos) los propietarios
brasileños usaban como peones mano de obra esclava.
En 1860 el diputado José Vázquez Sagastume denunciaba en el Poder Legislativo que: “
la ciudadanía oriental se está perdiendo en el norte del Río Negro...
los usos, costumbres, el idioma, el modo de ser, todos es brasileño;
puede decirse que es una continuación de Río Grande del Sur”.
En
el transcurso de la segunda mitad del siglo hubo un cambio en la
procedencia de los inmigrantes aumentando la presencia de españoles e
italianos. La mayor parte de los españoles procedían de las islas
Canarias, Galicia, las provincias vascas y Cataluña. En cuanto a los
italianos muchos eran de Génova y de los territorios del sur (Calabria,
Nápoles).
Para
que los europeos se afincaran en el Uruguay, había que resolver los
problemas del transporte, alojamiento y trabajo. Como había pasado en
los primeros años de vida independiente hubo escasa intervención
gubernativa; del estímulo a la
inmigración y organizar su traslado se encargaban particulares. Lo
tomaban como un negocio, organizándose empresas de inmigración y
colonización que a veces terminaban siendo maniobras especulativas. Como
el estado no ejercía ningún control, había todo tipo de abusos:
especulación con tierras, explotación de los inmigrantes, falta de
selección de loa inmigrantes. La mayoría de los inmigrantes procedían de
países técnicamente atrasados y eran mano de obra inexperta o no
especializada, por lo tanto su aporte no era el mejor.
Es
difícil precisar con exactitud cuáles fueron las ocupaciones a que se
dedicaron con preferencia los inmigrantes. En parte dependió de su
condición económica, pues una mayoría llegó sin capital, dispuestos a
trabajar en cualquier actividad, hubo una minoría que, poseedores de
algún dinero, adquirieron tierras o pusieron alguna empresa y trabajaron
por su cuenta. También hay que tener en cuenta que muchos inmigrantes
no venían con la intención de radicarse definitivamente, sino conseguir
dinero y regresar a su país de origen. Pero las condiciones no siempre
fueron favorables para su regreso y se quedaban para siempre.
La
inmigración italiana se dedicó especialmente a la agricultura,
constituyendo la población de quinteros alrededor de Montevideo y en
Canelones. La inmigración española, especialmente la de Galicia, trabajó
en el comercio minorista y como peones en los depósitos de lana y el
puerto. Las mujeres gallegas se emplearon en el servicio doméstico. Los
vascos, tanto españoles como franceses, tuvieron una importante
participación en la explotación del ganado lechero.
La
inmigración inglesa no fue muy numerosa pero fue importante su
participación en el desarrollo económico. En el campo participaron en la
modernización de las estancias, ya que invirtieron su dinero en la
mestización y la cría de ovejas. En Montevideo dominó el comercio de
importación. También fue importante su presencia vinculada a la
instalación del ferrocarril, el gas, los tranvías y los teléfonos.
La
escasa intervención del estado se manifestó en la búsqueda de integrar
la inmigración con el trabajo agrícola. Después de la Guerra Grande hubo
varios intentos de radicar inmigrantes en la campaña desarrollando la
agricultura, lo cual se hacía con varios objetivos:
a) Mejorar la producción en un rubro hasta el momento inexplotado como era la agricultura.
b) Sedentarizar la población errante del interior.
c)
Pacificar la campaña, ya que se consideraba que las condiciones de
explotación ganadera extensiva habían generado la presencia del gaucho y
se veía a este como un elemento de inestabilidad.
En 1851, el médico francés Augusto Brougnes publicó un folleto en el que expresaba: “
...pocos años serían suficientes para lograr la prosperidad, sin hacer
otra cosa más que entregar una parte del territorio a la inteligente
actividad de la inmigración agrícola europea, pues está comprobado hasta
la evidencia que las grandes naciones sacan hoy sus recursos de la
agricultura”. Ponía como ejemplo el caso de Estados Unidos y
señalaba que su desarrollo se debía a la presencia de inmigrantes
dedicados a la agricultura.
Otro
francés, el Ingeniero Penot, que acompañó al Presidente Giró en una
gira que este realizó por la campaña, destacaba el papel pacificador que
tendría la agricultura: ” ... aproximad al hombre que vive de la
nada y que de nada se sustenta, aproximadle al bienestar social, dejadle
penetrar nociones de bien y de mal y vacilará en saquear los campos
sembrados”.
Durante
la presidencia de Giró se crearon varias sociedades interesadas en el
establecimiento de inmigrantes agricultores en la zona del litoral. Por
ejemplo hubo un proyecto de instalar una colonia de cría de ovejas
merino y chacras de dieciséis hectáreas en la zona de Carmelo,
habilitándose este puerto para que los inmigrantes introdujeran, sin
pagar impuestos, artículos destinados a su establecimiento. También hubo
un proyecto para radicar en los alrededores de las ciudades a las
familias que habían quedado dispersas por la Guerra Grande. Pero la
caída del gobierno de Giró puso fin a estos y otros planes.
Durante
las presidencias de Bernardo Berro y Gabriel Pereira se intentó la
creación de colonias y pueblos en la zona de la frontera con Brasil para
intentar detener el establecimiento de población de aquel origen. Se
temía que de seguir aumentando la presencia de brasileños al norte del
Río Negro, aquel territorio pasaría a manos de Brasil.
Pero
la inestabilidad política, la falta de tierras públicas para ubicar a
los inmigrantes y los escasos recursos del estado, dificultaron los
intentos. Sólo dos proyectos de instalar colonias agrícolas con
inmigrantes tuvieron éxito: Colonia Valdense (1858) y Colonia Suiza
(!861).
Recién
en 1890 el estado va intervenir directamente en la regulación de la
llegada de inmigrantes al crearse la Dirección General de Inmigración.
La ley que creó a este organismo también establecía que se le darían
facilidades a los inmigrantes para el pago de sus pasajes, atenciones
gratuitas para sus primeros tiempos de radicación, colocación y traslado
al lugar de trabajo. La ley también establecía discriminaciones: se
impedía la entrada de africanos, asiáticos y gitanos.
CONSECUENCIAS DE LA INMIGRACIÓN
1) Aumentó la población.-
La consecuencia directa y más visible de todo proceso de inmigración es
el aumento de población del país que recibe a los inmigrantes.
Entre
1886 y 1890 se produjo el ingreso mayor de inmigrantes. A partir de
1890, año en que se hacen sentir los efectos de una fuerte crisis
económica, hay un disminución del ingreso de inmigrantes e incluso la
salida de muchos de ellos con destinos a otros países de América, en
particular hacia Argentina. Luego, hacia 1900, el ingreso se reanudó.
Los
extranjeros de origen europeo se radicaron con preferencia en
Montevideo, contribuyendo al crecimiento de la capital, alcanzando
porcentajes de cerca del 50% de la población de la capital. Por lo tanto
la inmigración colaboró con el macrocefalismo del Uruguay.
2) Impulsó el desarrollo económico.-
Los extranjeros radicados en Uruguay favorecieron el desarrollo
económico. El aumento de la población provocó el aumento del consumo,
generando un mercado interno que debía ser alimentado, vestido, etc,
creciendo la demanda de productos que motivó a una mayor producción.
Además los inmigrantes demostraron capacidad de trabajo y superación.
Aunque la mayoría no poseía técnicas ni conocimientos desarrollados, la
necesidad de sobrevivir los impulsó a realizar cualquier tarea, ser
innovadores, ahorrativos e invertir sus ahorros en pequeñas empresas que
les permitiera ascender socialmente. La frustración de muchos al no
poder regresar a Europa fue sustituida por la posibilidad de ser parte
de las clases dirigentes locales. Esto difícilmente se lograba en la
primer generación de recién llegados, pero sus descendientes podían
lograrlo.
La
vinculación de los inmigrantes con el desarrollo económico se observa
sobretodo en la inmigración inglesa, francesa y alemana. Los europeos
que se alejaban de sus costumbres y se establecían en países lejanos y
desconocidos poseían un espíritu de iniciativa fuera de lo común. El
gusto por la aventura y el riesgo se mezcló con la iniciativa
empresarial
de una mentalidad capitalista desarrollada. Sus inversiones en el campo
y sus intentos exitosos de innovar en la explotación ganadera (cría de
ovinos, mestización, cercos) influyó en la toma de conciencia de muchos
estancieros nacionales de que la estancia era una empresa y no un feudo
patriarcal.
3) Consecuencias culturales y políticas.-
De la comparación con otros países de América resulta que Uruguay tuvo
el porcentaje mayor de inmigrantes si los comparamos con la población
nacional: 44% en 1860. El alto porcentaje de población extranjera y el
hecho de que llegaran tempranamente a un país nuevo, permitió una rápida
asimilación de los recién llegados. Afirma Germán Rama que en realidad no hubo una asimilación de los extranjeros sino que “...
la sociedad receptora fue ahogada por las migraciones... En vez de
asimilación es necesario hablar de fusión de dos grupos en una nueva
sociedad cuyas características no fueron propias ni de la sociedad
receptora ni de los grupos migrados...”
La
sociedad uruguaya, carente de una cultura indígena como los países
andinos, fue creando su cultura, su forma de vida con los aportes de las
migraciones. Desde las festividades religiosas y las supersticiones (
fiesta de San Cono, hogueras de San Juan, etc) hasta los alimentos (la
pastas y la polenta introducidos por los italianos, etc) se puede
observar la influencia de los inmigrantes. También fue significativo su
aporte en lo ideológico y político: los inmigrantes europeos
introdujeron en América el socialismo, el anarquismo y las primeras
organizaciones obreras.
Para
el historiador Ricardo Martínez Ces la inmigración cumplió un papel
relevante en el triunfo del modelo batllista a comienzos del siglo XX.
Según este autor los inmigrantes que venían huyendo de Europa donde se
les negaba la posibilidad de ascenso social encontraban en Uruguay la
posibilidad del cambio. “...Escapar a la suerte de campesino en el
pequeño pueblo español o italiano, escapar del cruel y rígido servicio
militar, escapar a la miseria y desocupación e incluso escapar de la
propia familia y venir a dar a un país donde se podía empezar de nuevo,
dónde había épocas en las que hasta era posible ahorrar libras
esterlinas, fueron circunstancias como para hacer renacer la fe en la
bondad humana. Hasta la carne, alimento de las clases privilegiadas en
Europa, aquí se podía comer todos los días... El inmigrante que llegaba a
hacer plata debía sentirse como si hubiera entrado en una sucursal del
paraíso, lugar donde la gente además de justa era feliz...”
El
período de predominio político de Batlle y Ordoñez (1903-1929),
coincidente con un período de prosperidad económica, permitió a los
inmigrantes progresar y ascender de clase e incluso a tener la
posibilidad de que sus hijos concurrieran a la Universidad. Esto dio a
los inmigrantes, según Martínez Ces, la ilusión de llegar a ser alguien.
Y aunque no llegaran a serlo la ilusión mantenía latentes las
esperanzas.
LA SOCIEDAD URBANA
Al
concluir el siglo XIX los cambios demográficos anunciaban las nuevas
formas de vida de la sociedad uruguaya. Se estaba produciendo
definitivamente la inserción del país en los marcos del orden
internacional diseñado y dirigido por Inglaterra (la modernización)
sustituyendose la sociedad oriental por una nueva sociedad que comenzaba a llamarse uruguaya, donde gran parte de sus miembros eran hijos de inmigrantes.
Al
finalizar el siglo se había producido una modificación en la relación
entre la ciudad-puerto (Montevideo) y la pradera (la campaña) con el
triunfo definitivo de la primera. El proceso iniciado por los gobiernos
autoritarios (1875-86) había consolidado el aparato administrativo del
estado, asegurando la vigencia del orden a través de la ley (códigos
Civil, de Procedimiento Civil y Penal, Rural, Comercial y de Minería) y
de la fuerza (organización del ejército y de la policía) y unificando el
país con el desarrollo de las comunicaciones (correo, telégrafo,
ferrocarril). La estancia-empresa se imponía sobre la estancia cimarrona
modificando los procesos productivos y las relaciones laborales.
Cada
vez más la ciudad-puerto de Montevideo irá haciéndose el centro de las
actividades principales, imponiendo las formas de comportamiento, la
cultura y la educación que introduce desde Europa. Es el triunfo de la
“civilización”.
LA “GENTE PRINCIPAL”
La
clase alta residía en Montevideo. Estaba formada por la unión de los
descendientes del antiguo patriciado con nuevos ricos e inmigrantes o
hijos de inmigrantes que habían hecho fortuna. La integraban grandes
terratenientes, grandes comerciantes e industriales, banqueros, gerentes
y abogados de las empresas extranjeras. En muchas casos tenían
actividades múltiples y era fácil encontrar comerciantes con estancia,
acaudalados comerciantes dueños de saladeros, estancieros que eran
dueños de barracas de lanas, etc.
Según
Reyes Abadie y Vázquez Romero, los grandes estancieros eran sólo el 2%
de todos los habitantes del campo pero eran dueños del 40% de las
tierras. Muchos de ellos residían en Montevideo en forma permanente o
alternaban su vida entre la campaña y la capital.
Los
grandes comerciantes eran importadores y exportadores, hacían fortunas
en las épocas en que se liberalizaba el comercio y aumentaban las
importaciones de productos suntuarios. Eran enemigos del proteccionismo y
en ese punto chocaban con los industriales.
Los
grandes industriales eran los recién llegados. Una sociedad que durante
mucho tiempo había despreciado las tareas manuales y todo lo vinculado a
ellas aún miraba con recelo a estos nuevos ricos. Pero estos,
generalmente inmigrantes, ya no eran artesanos independientes que
trabajaban en sus talleres a la par de sus obreros. Hacia fines de siglo
algunas industrias han enriquecido a sus propietarios y estos pasan a
ser cada vez más respetados.
A
estos sectores hay que agregar a los gerentes y administradores de las
empresas inglesas establecidas en Uruguay. Dicen Barrán y Nahum: “Había
en Montevideo una colonia británica con su club y su escuela
exclusivos, su periódico “The Montevideo Times”, y su Iglesia Anglicana,
el llamado Templo Inglés. Múltiples lazos se anudaron entre los
inversores extranjeros y el capital nativo. Ambos tenían parte de su
dinero colocado en títulos de deuda pública y por eso les interesaba la
marcha de las finanzas y en manos de quien estaba la conducción del
Estado. Ambos defendían principios similares sobre los que basaban su
lucro y su concepción del mundo: libertad económica, horror a las
reglamentaciones estatales y en particular al socialismo bajo todas las
formas conocidas...”
Agregan
los citados autores que los integrantes de esta oligarquía criolla
frecuentaban los mismos lugares, los “aristocratizantes” Club Uruguay y
Jockey Club, las funciones de ópera del Teatro Solís, las fiestas dadas
por las damas de la misma clase social. La mayoría enviaba a sus hijos a
colegios privados y a menudo religiosos, aunque consideraban que la
religión era “cosa de mujeres”. Así los miembros de la clase principal “... se conocían, intimaban y, por fin, se unían”.
Esta
clase alta imitaba los gustos y las modas europeas. A diferencia del
antiguo patriciado, sencillo y austero, la “gente principal” de fines
del siglo XIX tenía necesidad de hacer visible su status. Por
eso su afán se lucir su casa, ricamente amueblada y decorada. El
desvelo por la decoración era un reflejo de la moda europea y era
impulsada por intereses comerciales, transformando la casa en una
especie de espectáculo, variado y recargado, con muebles, cuadros,
estatuas, jarrones, porcelanas, cortinados, etc. La ostentación de la
riqueza se conseguía a través de la calidad de los materiales; quien se
preciara de ser rico tenía objetos de laca, ébano, marfil, mármol y
plata.
Las
diferencias sociales se podían observar no sólo en las casa y en la
vestimenta. En la principal calle de Montevideo, Sarandí entre la Plaza
Constitución y la Plaza Independencia, se volcaban todas las clases
sociales para pasear y mirar vidrieras, pero la gente principal lo hacía
por la acera norte, hacia donde daban los mejores comercios, y el resto
por la acera sur.
Pasear
por calles y plazas era una costumbre extendida a todos los sectores
sociales. Pero la clase alta tenía más tiempo libre para hacerlo. Los
días domingos y de fiesta se visitaban los parques. La quinta del Buen
Retiro, luego conocido como Prado era un lugar preferido por las señoras
de la clase alta y sus hijas “en edad de merecer”. Llegaban allí en sus
carruajes y recorrían infinitas veces los senderos dl parque observadas
por los mirones, para regresar al atardecer por la Avenida Agraciada.
Encorsetadas y rígidas bajo sus enormes sombreros, las damas habían
cumplido con el rito de “tomar aire” y saludar a sus amistades; las
jovencitas retornaban ruborosas comentando los galanteos recibidos de
los caballeros.
Las
familias de clase alta concurrían a lo teatros donde ostentaban sus
joyas y vestidos. A fines de siglo había cuatro teatros en Montevideo y
el Solís era el más lujoso. Algunas de las divas del teatro europeo
concurrieron a representar obras en estos escenarios montevideanos, como
Sara Bernhardt o Eleonora Duce. Pero la ópera italiana era el
espectáculo favorito. Las clases altas argentinas crearon una nueva
costumbre que rápidamente fue incorporada por las familias de la “gente
principal”: los balnearios. Familias argentinas construyeron chalets en
la playa de los Pocitos, donde la empresa del tranvía había construido
un hotel con terraza al mar e instalaciones para tomar baños.
Instalaciones similares se levantaron en la Playa Ramírez y en Capurro.
En
las dos últimas décadas del siglo XIX se formaron barrios residenciales
donde pasaron a residir los integrantes de la clase alta que hasta el
momento residían en el centro. El Paso del Molino, el Puente de las
Duranas y el Prado fueron las zonas donde se levantaron magníficos
edificios y quintas espléndidas donde residían familias de renombre como
los Farini, Fynn, Victorica, Montero, Berro, Zorrilla, Paullier, Tajes,
Salvo, Buxareo, Lussich, Lavandeira, Maeso, Ramírez, etc
LAS CLASES MEDIAS
Los
sectores que las componían se caracterizaban por el acceso a ciertas
comodidades (cercanía del centro, viviendas con agua y luz y en algunas
ocasiones sirvientes), posibilidad de acceder a la educación media e
incluso a la superior y la seguridad de tener un sueldo (no depender de
un jornal) o una empresa propia aunque pequeña y no realizar tareas
manuales. Se estima que para fines del siglo XIX el 40% de los
habitantes de Montevideo tenían esas características. Pero las clases
medias no eran homogéneas y había diversidad de ingresos y comodidades.
En
la parte más baja de estas clase medias se encontraban los empleados de
comercio y los empleados públicos. Estaban próximos a las clases bajas
por sus ingresos y sus largas jornadas de trabajo, pero intentaban
diferenciarse de aquellos y se consideraban distintos de los habitantes
pobres de los suburbios, “los orilleros”. Deseaban el ascenso social a
través de un ascenso en su trabajo o logrando que algún hijo cursara una
carrera universitaria. Los
empleados públicos estaban sometidos a los vaivenes de los cambios de
gobierno y de los recursos que estos tenían, por lo tanto estaban
sujetos a despidos, atrasos en los pagos y rebajas en los sueldos. Era
frecuente que el atraso en cobrar los obligara a abandonar su trabajo o
vender el “derecho al sueldo” a un usurero. Según los periódicos de la
época era frecuente el abandono del cargo por parte de maestros y
policías. Cuando el gobierno se
encontraba con problemas financieros un forma fácil de solucionarlo era
bajando los gastos despidiendo personal.
Los
empleados privados tampoco tenían seguridad de mantener su trabajo y
eran frecuentes los despidos en represalia por hacer reclamos u
organizarse. Los empleados de comercio no tenían descanso semanal porque
se trabajaba todos los días. Comentaba un periódico en 1877 que “hay
empleados de comercio que hace tres meses que no salen de sus tiendas,
no teniendo un momento de paseo, no ya como goce natural y legítimo sino
como una condición higiénica”.
El
sector medio de las clase medias estaba integrado por pequeños
comerciantes, almaceneros, panaderos, carniceros, muebleros, empleados
públicos con cierto rango (jefes de oficina, profesores, maestros) y
profesionales que iniciaban su labor y aún no tenían muchos clientes.
Muchos de ellos no dependían de un salario y se sentían partícipes de la
sociedad esperando el momento del salto hacia un mejor status. Los
jerarcas públicos se consideraban seguros en sus puestos de trabajo y
alardeaban de su libertad de pensamiento; algunos alardeaban de
simpatizar ideas radicales, aunque la mayoría eran votantes colorados ya
que a este sector debían su puesto público ( hacia casi medio siglo que
el P. Colorado gobernaba). La mayoría de este sector vivía cerca del
centro de la ciudad.
El
sector medio alto convivía en el centro con la clase alta; muchos
estaban vinculados por su actividad a la “gente principal”, como
profesionales, gerentes, comerciantes de cierta importancia,
industriales en ascenso, etc. Trataban de parecerse en gustos y
costumbres a la clase alta, aunque a veces alguno de sus integrantes
mostraba actitudes de disconformidad con el sistema social, sobretodo
cuando se sentía despreciado por “los de arriba”.
LOS SECTORES POPULARES
Hacia
el año 1900 los sectores de clase baja constituían el 50% e la
población montevideana. Lo integraban modestos quinteros y peones de las
zonas suburbanas, artesanos y obreros, sirvientes, soldados y policías,
y se engrosaba permanentemente con los inmigrantes procedentes del
exterior y los que provenían de la campaña desalojados por la
modernización del campo.
Los
que vivían en las zonas más alejadas del centro (las orillas) compraban
un solar y construían su modestas viviendas; era allí donde estaban los
centros de trabajo más importantes: los talleres del ferrocarril en
Peñarol, las curtiembres en Maroñas y Nuevo París o los saladeros en el
Cerro y el Pantanoso. También había sectores populares residiendo en el
centro donde se podía alquilar a bajo precio una pieza en las llamadas
casas de inquilinato o conventillos. Los
conventillos unas veces eran edificios proyectados para cumplir esa
función, con el propósito de albergar en sus piezas a los inmigrantes
recién llegados al puerto y que aún no tenían ubicación definitiva. En
otros casos se trataba de antiguas casonas venidas a menos cuyas grandes
piezas eran divididas por tabiques de madera. Hacia fines de siglo
había más de mil conventillos en Montevideo, con unas 12 mil piezas
donde se alojaban 30 mil personas.
En
el conventillo y en las orillas se van a encontrar dos tipos humanos
característicos de la clase baja: el “gringo”,que era el inmigrante del
exterior, y el “compadrito”,que, las mayoría de las veces, era el
inmigrante del interior.
El
gringo, se entregaba a todo tipo de trabajo, trataba de ahorrar en base
a sacrificios privándose de muchas comodidades, para instalarse por
cuenta propia y “salir adelante”. Si prosperaba ponía un “boliche” o
compraba solares baratos para hacer modestas construcciones y
alquilarlas. Las ganancias obtenidas eran ahorradas para seguir
invirtiéndolas y comenzar a su ascenso social.
El
compadrito es el habitante de campo desplazado por el alambramiento y
la modernización del campo. Se siente atrapado entre el campo alambrado
(que ya no lo necesita) y la edificación del centro. Su ambiente natural
es la orilla de la ciudad, el arrabal, el “bajo”. Sin trabajo y
despreciando las tareas manuales de la ciudad, sin educación y sin
posibilidades ciertas de cambiar de vida, será un elemento marginal.
Altanero y prepotente se siente obligado a demostrar su valentía. El
habitante del campo no necesitaba demostrar su coraje por que lo
demostraba en las tareas cotidianas, enlazando, domando, etc. Este
desplazado del campo a la ciudad, este gaucho sin caballo, compadrea,
patotea y “hace pinta”, presumiendo de su coraje, su destreza con el
puñal o su facilidad para atraer a las mujeres.
Estos
dos elementos desplazados, los inmigrantes procedentes de Europa y los
campesinos expulsados del campo, pronto comenzaron a entenderse. Se
cruzaban en los patios de los conventillos o en los bailes de los
arrabales. Hubo un intercambio cultural que desembocó, por ejemplo en un
lenguaje nuevo, propio de ese ambiente de las orillas: el lunfardo,
donde se mezclaba el idioma español con palabras italianas deformadas.
La música que identifica al Río de la Plata, el tango, también le deberá
mucho a esa mezcla.
Los
obreros eran un sector en crecimiento a medida que crecía la industria.
La política proteccionista impulsada por las leyes aduaneras llevaron a
la inversión en pequeñas fábricas que generaron un nuevo tipo de
empleo: los trabajadores industriales. Sus condiciones de trabajo y
nivel de vida eran poco seguras ya que no había ningún tipo de
protección al trabajador. Los salarios dependían exclusivamente de la
demanda y oferta y la inmigración desde el exterior y desde el campo,
presionaban los salarios hacia abajo. Los
horarios de trabajo promedio superaban las diez horas. En 1901 los
tranviarios denunciaban que su trabajo era de 18 a 21 horas por día; los
obreros de los molinos trabajaban 15 horas por día.En los años 70 se
formaron los primeros sindicatos y en la década del 90 ocurrieron las
primeras grandes huelgas. Una de las principales aspiraciones era la de
reducir la jornada de trabajo.
Una
de las principales fuentes de trabajo en la ciudad eran los saladeros.
El salario por hora del trabajador especializado en los saladeros era
elevado; pero como la faena era zafral, 6 o 7 meses en el año, apenas si
podía mantenerse durante el tiempo que el saladero no trabajaba. Para
recibir más salario en época de zafra debía trabajar a destajo, o sea
durante muchas horas. En 1908 un obrero indicaba en el diario “El Día”: “¿Qué
importa que se apruebe el proyecto del señor Batlle y Ordoñez y que la
jornada de 8 horas sea un hecho, si subsiste el trabajo a destajo? Poco o
nada. Esta clase de trabajo es un acicate de que se valen los patrones
para hacer trabajar más, en menos tiempo y con más economías para él.
Del trabajo a destajo se valen para graduar la resistencia de cada
obrero y calculando por el que más resiste, fijan los salarios por lo
que aquel haya producido sin tener en cuenta que todos no tienen las
mismas aptitudes; de donde se sigue luego la selección, las envidias que
dividen a los obreros, la lucha entre sí por el puesto, y como
consecuencia la reducción del salario”.
La
antigua costumbre de entregarle carne y un solar al obrero para que
hiciera su vivienda desapareció al acentuarse el rasgo capitalista de
las empresas. Con el frigorífico la carne se valorizó más y los
saladeristas no daban “ni la sangre de una res”. El alquiler de
una vivienda se convirtió en el gran gasto de los obreros. Las
habitacionesd de los conventillos eran caras además de antihigiénicas.
Un informe de 1908 señala que había un promedio de tres personas de
habitación, y en ella se dormía, cocinaba, lavaba y tendía la ropa, careciendo
de agua corriente, electricidad y baño privado. La tina, el aljibe, el
carbón y el querosene eran los recursos utilizados. Si se necesitaban
dos piezas por tener un número elevado de hijos, cosa frecuente, el
alquiler absorbía hasta el 40% del sueldo promedio de un obrero.
EL MOVIMIENTO OBRERO EN URUGUAY
¿Cómo reaccionaron los trabajadores frente a los problemas? Las
reacciones fueron diversas. La primera y más común fue la protesta
espontánea y desorganizada. A ella recurrieron frecuentemente los
empleados públicos, por ejemplo los empleados municipales de Montevideo y
los empleados del Correo en 1873, los primeros por despidos y los
segundos pidiendo aumento de sueldo.
Un
paso importante fue la creación sociedades de socorros mutuos o
mutuales. Su finalidad era prestar ayuda a los miembros enfermos o
imposibilitados de trabajar y para eso creaban un fondo común. La
vinculación entre los trabajadores que creaba el mutualismo y la
experiencia común llevó a las mutuales a transformarse en sindicatos. El
fondo común se transformaba en “caja de resistencia” cuando se producía
una huelga y los trabajadores no cobraban. Las primera mutuales fueron
las ya mencionadas de los tipógrafos y la de los reposteros, la de los
maestros, la de los albañiles, las de los tapiceros, etc.
Otro
de los instrumentos usados por los trabajadores en sus reclamos fue la
huelga. La primera huelga conocida en Uruguay correspondió a los
carpinteros en 1876 que reclamaban mejores salarios y el reconocimiento
de su derecho a formar un sindicato. En 1880 se produce la huelga de los
mineros de Cuñapirú (Rivera) contra las condiciones de trabajo
impuestas por la empresa francesa que extraía oro en esa zona. En 1884
se produce una huelga de fideeros que es llevada a cabo por todo el
gremio. En 1885 los tipógrafos
se levantan en huelgan reclamando la disminución del horario de trabajo
que llegaba a 14 horas diarias. Entre 1885 y 1895 hay una disminución
del movimiento sindical y las huelgas y reclamos prácticamente
desaparecen, se vivían los momentos de prosperidad y de ilusiones en el
progreso (la “época de Reus”) previa a la crisis de 1890. Ese año se
conmemoró por primera vez en Uruguay el 1 de Mayo en recuerdo a los
“mártires de Chicago” pero los despidos y rebajas salariales que provocó
la crisis no estimularon la actividad sindical que se había
desorganizado. Recién en 1895 se vuelven a movilizar los sindicatos
produciendose huelgas en la industria del calzado y en la construcción,
reclamando aumento de salarios, reducción de la jornada de trabajo y
reconocimiento del sindicato como representante de los trabajadores. En
1896 se desarrolla una huelga de portuarios que dura 26 días.
Para
esa época las organizaciones de trabajadores no sólo se dedicaban a
hacer reclamos de mejoras en las condiciones de trabajo sino que, por
influencia de las corrientes anarquistas y marxistas, realizan fuertes
críticas a la sociedad y procuran generar una “ conciencia de
clase obrera” distinta a las otras clases sociales y con objetivos
propios: crear una sociedad sin explotación laboral. A partir de
entonces la actividad sindical tuvo un importante contenido ideológico,
produciéndose incluso un fuerte debate entre las distintas corrientes
acerca de la mejor manera de organizar a los trabajadores.
A comienzos del siglo XX el sindicalismo se organizo y levantó vuelo.
En 1901 y 1902 se organizan numerosas “sociedades de resistencia”, como se llamaba a los sindicatos, cuyos
reclamos giraban sobre dos puntos: aumento salarial y reducción de la
jornada de trabajo. El periódico anarquista “Tribuna Libertaria” decía:
“No hubo trabajador en Montevideo que no se sintiera agitado por aquel
soplo gigantesco de entusiasmo, que como un primer formidable
estremecimiento de lucha pasó por todo el pueblo”. La publicación
exageraba el apoyo popular que en realidad aún era reducido, pero lo
cierto es que se organizaron diversos sindicatos por oficios: sastres,
peones de barracas, albañiles, estibadores, foguistas, peluqueros,
curtidores, zapateros, carpinteros, planchadoras, panaderos, peones de
saladero, cortadores de carne entre otros.
Reclamando
los dos puntos antes citados hubo huelgas entre los trabajadores de la
construcción que estaban reformando el puerto de Montevideo, en los
saladeros del Cerro y en la industria de la madera. En 1903 los
zapateros se levantan en huelga reclamando aumento de salario y los
canillitas hacen huelga contra “La Tribuna Popular” y “El Día”
reclamando mejoras en las condiciones de venta de esos diarios. Durante
el conflicto la policía se encargó de vender los diarios, hubo
enfrentamientos callejeros resultando herido de bala un canillita y hubo
detenciones y castigos corporales en las comisarías.
A
diferencia de lo ocurrido en 1897, la guerra civil de 1904 no
interrumpió la actividad sindical. En 1905 se habían desarrollado
sindicatos en casi todas las industrias importantes de Montevideo (eso
no quiere decir que todos los trabajadores estuvieran afiliados) y
además había sindicatos en algunas ciudades del interior como Salto, San
José, Paysandú y Mercedes. El sindicato de trabajadores ferroviarios
cumplía una función importante como nexo entre los sindicatos de
Montevideo y los del interior.
Desde
sus orígenes la actividad sindical estuvo vinculada con las llamadas
ideologías obreras (“las ideas perturbadoras” como decían los
conservadores). A comienzos del siglo XX predominaba el anarquismo que
había llegado a nuestras costas con los inmigrantes españoles e
italianos. Tenían una interpretación radical de la lucha utilizando la acción directa y,
a diferencia de los socialistas, no impulsaban a los trabajadores a
organizarse en un partido político para acceder al gobierno. Aceptaban
como única forma de organización la federación voluntaria de
trabajadores libres (de ahí que también se les conociera como
libertarios).
En
marzo de 1905, por iniciativa de la Federación de Trabajadores del
Puerto de Montevideo se reunió una asamblea de delegados de la mayoría
de los sindicatos existentes para crear una federación de trabajadores.
Esta se constituyó en agosto de ese año con el nombre de Federación
Obrera Regional Uruguaya (FORU) primer central sindical del Uruguay que
intentaba coordinar la actividad de todos los sindicatos y consagraba el
anarquismo como fundamento ideológico. Al consagrar una doctrina
determinada en su declaración de principios alejaba de su seno a los
sindicatos en los que predominaba otra ideología que no fuera la
anarquista (socialistas, católicos) lo que perjudicaba la unidad total
de todo el movimiento obrero.
La lucha por las 8 horas.- En
1905 y 1906 se desarrollaron movilizaciones de trabajadores reclamando
la reducción de horario de trabajo a un máximo de 8 horas diarias. En
algunos casos las huelgas obtuvieron sus frutos y lograron que algunas
empresas establecieran el horario reclamado. Pero dependía de la
fortaleza del sindicato y no se lograba que la medida se extendiera en
general a todos los trabajos. En 1907 ocupa la Jefatura de Montevideo
Jorge West, dirigente empresario, que aplicó la represión sistemática
contra las medidas sindicales tratando de quebrar al movimiento obrero.
En 1908 fue derrotada una huelga de los ferroviarios y el sindicato de
estos quedó prácticamente disuelto lo que debilitó a todo el movimiento
sindical.
Entre
1911 y 1913 se desarrollaron nuevas huelgas. La más importante fue la
de los tranviarios que culminó victoriosamente luego de convocarse a un
paro general de solidaridad en el que participaron más de 50 mil
trabajadores. Teniendo en cuenta que en ese momento los trabajadores
afiliados a los sindicatos que integraban la FORU eran sólo 7 mil,
debemos sacar en conclusión que las organizaciones eran débiles pero su
mensaje llegaba a muchos más trabajadores de los que estaban
organizados. Los trabajadores
no sólo se comunicaban en su trabajo, también lo hacían en los lugares
donde vivían ya que se concentraban en determinados barrios. En
Montevideo las barriadas obreras se extendían por Peñarol (donde estaban
los talleres ferroviarios), Maroñas y Nuevo París (curtiembres), Cerro y
Pantanoso (saladeros y frigoríficos). También había una importante
presencia de obreros en Paso Molino, Miguelete, Pocitos y en la zonas
del Centro donde se hacinaban en los conventillos. De estas últimas
zonas salían los obreros más combativos (portuarios, tranviarios,
gráficos) tal vez por la concentración de miseria y la mayor
ideologización. Analizando los resultados electorales se observa el
predominio en estas zonas del voto hacia el batllismo y el socialismo,
en cambio en los barrios obreros antes mencionados predomina el voto
hacia sectores conservadores vinculados a las empresas. La explicación
de esto tal ves está en la procedencia rural de muchos de los
trabajadores afincados en aquellas zonas.
En 1913 el mundo entró en crisis económica y fue
un año terrible para los trabajadores uruguayos que soportaron despidos
masivos y rebaja de sueldos. La lucha por las 8 horas se intensificó
argumentandose a su favor no sólo la necesidad de mayor descanso para
los trabajadores sino que habría más lugares de trabajo para ocupar ya
que se repartiría el horario de trabajo. En las condiciones creadas por
la crisis era muy dificil tener éxito utilizando el mecanismo de la
acción directa contra los patrones que utilizaba el anarquismo. Por eso
por fuera de los sindicatos afiliados a la FORU surgieron Comités
Obreros que utilizaban otras estrategias para obtener resultados.
En
1915 el Parlamento aprobó la ley que limitaba la jornada de trabajo a
un máximo de 8 horas, luego de veinte años de lucha sindical. Se vivía
entonces el “reformismo “ de Battle y Ordoñez que llevó adelante la
consagración de diversas leyes (algunas quedaron en proyecto, otras se
demoraron en aprobar) que daban respuesta a los reclamos obreros. Porque
no sólo el horario de trabajo y los salarios preocupaban a los
trabajadores. Un grave problema era el trabajo de los menores. Un censo
de 1908 revela que el 18 % d los empleados montevideanos eran menores de
18 años. En 1911 había más de mil menores de 15 trabajando en la
industria o el comercio. El trabajo de niños era importante en molinos,
talleres d calzado, fábricas de sombreros, de fósforos, de tabaco, de
galletitas, de ropa y de vidrio. Un informe de la Oficina de Trabajo de
la época se refiere al trabajo infantil en las fábricas de vidrio: “
Falanges de niños de aspecto triste y enfermizo, vestidos pobremente,
descalzos, trabajan jornadas de 8 horas soportando una temperatura media
de 50 grados, acarreando las piezas elaboradas o abriendo y cerrando
los pesados moldes en un ir y venir fantástico, tiznados y
jadeantes...”. En 1910 el diputado socialista Emilio Frugoni
denunció en la Cámara de Representantes que niñas de 10 de edad
trabajaban en una empresa textil durante 10 horas diarias por 15
centésimos el día (el jornal promedio de un mayor superaba un peso
diario). También dentro del reformismo batllista se reglamentó el trabajo de m
enores quedando prohibido para los menores de 13 años.
LA SOCIEDAD RURAL
Los
cambios producidos en la explotación ganadera dejaron su huella sobre
la sociedad rural. Al tope de la escala rural se mantenían los grandes
estancieros, cuyo poder económico provenía de la posesión de latifundios
asegurada con el orden impuesto en el campo a partir de los gobiernos
autoritarios. El alambramiento, el Código Rural, la policía de campaña,
fueron algunos de los elementos que aseguraron la propiedad de los
grandes estancieros, desalojando a aquellos que no podían demostrar sus
derechos sobre la tierra.
La clase alta rural poseía campos mayores a las dos mil hectáreas. Según cálculos efectuados en la primera década del siglo XX, unos 250 propietarios poseían campos mayores a cinco mil hectáreas, ocupando el 20% del territorio del totla de los campos del Uruguay.
La clase alta rural poseía campos mayores a las dos mil hectáreas. Según cálculos efectuados en la primera década del siglo XX, unos 250 propietarios poseían campos mayores a cinco mil hectáreas, ocupando el 20% del territorio del totla de los campos del Uruguay.
Según
la forma en como encararan la explotación había dos tipos de
estancieros. Unos innovadores, radicados especialmente en el litoral y
en el sur tomaban la estancia como una empresa donde los cambios en la
explotación del ganado aseguraban un mayor rendimiento. Los otros,
tradicionales, radicados en el norte y el este, particularmente en los
departamentos fronterizos, mantenían la explotación extensiva de ganado
vacuno criollo. Muchos de estos eran brasileños. En Artigas, Salto y
Rivera el 40% de los hacendados eran de ese orígen. Estos estancieros
tradicionales permanecían, por lo general, en sus estancias, a
diferencia de los otros que residían en Montevideo o en las capitales
departamentales.
A
ésta división hay que agregar otra en las primeras décadas del siglo
XX. El nuevo modelo económico que iba penetrando con lentitud en la
campaña (mestizaje, cría de ganado para abastecer el frigorífico)
determinó que dentro de la clase alta rural se formara un grupo dedicado
a una explotación especializada en reproductores para mestizar
(cabañeros) y otro dedicado al engorde en campos con abundante pasto y
cercanos a los frigoríficos (los invernadores). Estos tenían intereses
particulares que a veces eran distintos a la del resto de los grandes
estancieros. Esto creo tensiones dentro del hasta entonces unido sector
latifundista. Los estancieros que querían mestizar dependían de los
cabañeros y de los precios que estos pusieran a sus toros de raza. Por
su parte los invernadores sacaban ventajas de que los frigoríficos
necesitaban ganado con abundante carne en cualquier época del año y no
todos los estancieros tenían buenas pasturas. Por lo tanto los
invernadores compraban ganado barato a los otros estancieros para
engordarlos y venderlos a mayor precio a los frigoríficos.
Había
una clase media rural formada por estancieros medianos y arrendatarios
cuya situación era inestable. Muchos estancieros medianos y aún pequeños
sobrevivían con la explotación ovina que no requería gran cantidad de
campo y daba buena ganancia en los momentos de auge de los precios de la
lana.
También
a los sectores medios pertenecían los productores agrícolas ubicados
preferentemente sobre el litoral y el sur del país. Este sector creció
con la incorporación de tierras a la agricultura (de 200 mil hectáreas
en 1878 a 450 mil en 1900). Eran sobretodo productores de trigo y maíz,
así como de hortalizas y verduras para el consumo de las ciudades. Cerca
del 50% de los agricultores eran arrendatarios y un porcentaje alto de
los propietarios era minifundista. Gran parte de estos agricultores,
debido a la insuficiencia de tierras, al atraso tecnológico, la baja
productividad y el agotamiento del suelo, vivían en una situación de
miseria y desamparo. ¿Por qué, si apenas subsistían con ella, se
dedicaban a la agricultura? Los historiadores Barrán y Nahum consideran
que no había otra actividad donde ganarse la vida en el campo; para la
ganadería había que tener cierto capital inicial y además ya no había
más tierras disponibles; la industria recién comenzaba y le alcanzaba la
mano de obra que había en la ciudad que aumentaba permanentemente por
la llegada de inmigrantes; y el estado aún no se había desarrollado como
para generar puestos de trabajo como ocurrirá en el siglo XX.
EL PROLETARIADO RURAL
Por
debajo de estos sectores medios se encontraba el “pobrerío rural”
afectado por la desocupación y la baja de los salarios que habían sido
provocados por la modernización del campo. La desocupación era una
consecuencia de los cambios técnicos: el alambramiento y la introducción
de máquinas de esquilar que dejaban sin trabajo a quienes realizaban
tareas ganaderas; el ferrocarril había dejado sin trabajo a los carreros
y troperos. La desocupación era más acentuada en las zonas de
predominio de cría de vacunos y menor en las zonas dedicadas a la cría
de ovejas por que estas requerían más personal.
La
desocupación aumentó la oferta de mano de obra y como consecuencia la
caída de los salarios. Esto se agravó por el aumento del costo de vida y
algunos trabajaban sólo por la comida. Las personas innecesarias en las
estancias se trasladaron a los suburbios de las ciudades o se
establecían en pequeños y míseros pueblos conocidos como “pueblos de
ratas”. Allí eran comunes las uniones temporales, sin matrimonio
permanente, los hijos ilegítimos, el analfabetismo y la mortalidad
infantil. Las posibilidades de escapar a la miseria eran pocas porque
pocas eran las oportunidades laborales: changas zafrales en las
estancias o en las plantaciones, la reparación de caminos, el ingreso al
ejército o la policía. En ocasiones las salidas eran al margen de la
ley: el robo de ganado (los matreros) o dedicarse al contrabando desde
la frontera con Brasil.
Según
los datos obtenidos en un censo del año 1908, Barrán y Nahum deducen
que el proletariado rural, compuesto por peonadas y sectores marginados
sin ocupación fija, constituían el 65% de la población rural. El
proletariado era numericamente débil comparado con otros países
latinoamericanos y ello se debía a la explotación ganadera extensiva que
requería escasa mano de obra (un peón cada mil hectáreas, según
cálculos de la época). Además los sectores trabajadores del campo
estaban dispersos en enormes extensiones de tierra lo que dificultaba su
organización y le quitaba peso en la sociedad. No tenía la conciencia
de formar un sector social con intereses propios y por lo tanto no
aspiraba a cambiar su situación. Luis Alberto de Herrera, en un informe
que realizó para Federación Rural en 1920, anotó que la mayoría de los
peones no ambicionaba nada “vegeta, no ahorra, piensa poco, no establece diferencias entre el presente y el porvenir; vive al día”. El peón podía ser considerado por los hacendados como “insolente” y “vago”, pero no peligroso socialmente.
Esta
actitud era aprovechada no sólo por los patrones rurales, sino por los
de la ciudad, que contrataban pobres del campo cuando los obreros hacían
huelgas. Tal lo que ocurrió en 1905 en la huelga de los saladeros, las
barracas y el puerto. Muchas huelgas fracasaron cuando las tareas de los
obreros eran hechas por los marginados rurales traídos expresamente con
esa misión.
En
el campo los salarios eran más bajos que en la ciudad y el trabajo
seguía siendo como siglos atrás de “sol a sol”. La jornada se iniciaba a
las cuatro y media de la
mañana y concluía a mediodía, reiniciándose a las dos de la tarde hasta
las 7 de la noche. Una de las razones que alegaban los estancieros para
pagar salarios bajos era que se encargaban de la alimentación de los
peones. Pero esta era monótona y a veces escasa: puchero de oveja con
fariña (pirón) o asado a mediodía; de noche guiso de arroz o porotos. En
la mesa del peón abundaba la carne pero faltaba fruta y verdura. Era
una alimentación rica en proteínas y grasa y pobre en vitaminas. La
alimentación, el frío y las cabalgatas ocasionaban enfermedades renales y
reuma. En la mayoría de las estancias no había baños ni servicios
sanitarios y, según una crónica del año 1916 “se utiliza muy poco jabón”.
A
partir de 1905 se incrementaron las fuentes de trabajo en el campo. Las
causas fueron varias: el crecimiento de la agricultura, la expansión de
la cría de ovinos y el desarrollo de la lechería. Fuera de la actividad
productiva rural, la mano de obra de la campaña encontró empelo
sirviendo al estado: el ejército y la policía duplicaron sus integrantes
entre 1903 y 1914. El batllismo vio en ello la mejor solución contra
las revoluciones blancas: por un lado aumentaba el número de soldados
del gobierno y por otro dejaba sin soldados a los adversarios
disminuyendo una de las causas que movilizaba al pobrerío: el estómago
vacío.
La
construcción de carreteras en el sur del país y de líneas férreas en el
litoral y el este creó fuentes de trabajo para el pobrerío rural.
También la creciente industria de Montevideo quitó mano de obra al
campo. La Cámara Mercantil de Frutos del País advertía en 1911: “La
ciudad atrae demasiado con sus comodidades, con sus lujos, con sus
desbordes, en todas las manifestaciones de la vida. Hay que atenuar,
pues, los rigores de la vida rural”. Y los estancieros de Paysandú se quejaban en 1913: “Antes
había gente que se iba ofreciendo en campaña como peón en las
estancias, hoy, en cambio, es el propietario el que debe procurarse los
peones que necesita” y reconocían que el hombre de la campaña “ha emigrado del campo para establecerse en las ciudades, atraído por una remuneración más halagadora”.
Pero
este reconocimiento del mejor salario urbano no significó que mejorara
el salario rural. Mientras entre 1905 y 1913 el precio de la carne
vacuna aumentó 150%, el sueldo rural se elevó un 60%. Con un salario de
1905 un peón necesitaba 3 meses para comprar un novillo vendido por su
patrón al saladero; en 1913 necesitaba 5 meses de sueldo para comprar
ese novillo que su patrón ahora seguramente vendía al frigorífico. No
había relación entre los precios de lo que los estancieros vendían y el
salario que pagaban.
LOS POBRES MAS POBRES
Si
mala era la situación de los peones, peor era la de los marginados sin
empleo que habitaban las zonas del latifundio en el norte del país. En
Salto, Artigas, Tacuarembó, Cerro Largo y Rivera se encontraban aquellos
que el avance tecnológico había dejado al margen de la sociedad.
Sobretodo un avance tecnológico que se había detenido a mitad del
camino: estancias alambradas pero sin cultivos ni praderas mejoradas,
territorios donde el ferrocarril había barrido con los troperos pero no
había creado otras fuentes alternativas de labor. En las orillas de los
pueblos, en los caminos, en las orillas de algún latifundio o en alguna
tierra que estaba en litigio, se formaban rancheríos conocidos como
“pueblos de ratas”. Los nombres que les daban eran pintorescos y algunos
irónicos: Sacachispas, Las Casillas, La Paloma, La Humedad, Las Ratas, El Carancho, La Capilla, Pueblo de Dios, entro otros.
Las
viviendas no llegaban a ser un rancho de barro y paja, sino una
miserable choza cubierta con latas, ramas, trozos de cuero o pedazos de
poncho; era una única habitación “en donde duermen en promiscuidad los padres y los hijos, que por una gran casualidad podrán bajar de ocho”. A veces tenían gallinas y plantaban unos granos de maíz. Un Juez de Paz informaba en 1910: “He
visto muchas veces a las mujeres labrando a fuerza de azada fracciones
de tierra que no alcanzaban a cincuenta metros para poder plantar algo
de maíz. A tales extremos se reducen. ¿Qué puede producirles el cultivo
en semejantes condiciones? Y así viven en verdaderos chiqueros, hasta
que un día son desalojados y salen a rodar por los caminos”.
A
veces quienes vivían en el rancherío era la familia de los peones. Los
estancieros, en general, no admitían al peón casado y con hijos; el
resultado era que la mujer y los hijos se establecían en el rancherío.
De esa manea la familia se disgregaba y la relación matrimonial se
volvía inestable. También vivían en los rancheríos los trabajadores
zafrales como los esquiladores, cuyos brazos sólo se necesitaban entre
setiembre y diciembre cuando había esquila de ovejas. La existencia de
actividades zafrales originó el “siete oficios”, hombre que se
desempeñaba en diversas tareas: esquilador, domador, alambrador, etc.
Los minifundistas que no podían mantener sus pequeños campos
(frecuentemente atacados por las inclemencias del tiempo y la langosta)
también terminaban en el rancherío, sino se marchaban hacia las
ciudades.
El
analfabetismo, la mortalidad infantil, el altisimo consumo de alcohol y
el juego, eran inseparables de la vida de los más pobres. En los
rancheríos no había escuela ni atención médica, pero frecuentemente
había algún “boliche”. Sobre los “vicios” de aquella gente expresan
Barrán y Nahum: “El consumo de alcohol compensaba las deficiencias
calóricas y era junto al juego, un intento de escape. Las bebidas
adulteradas y baratas minaban la salud pero facilitaban una momentánea
sensación de euforia y dominio; el juego encarnó un sistema de valores
reflejo de una vida en que lo razonable nunca fue premiado. Los grupos
sociales confían en la suerte cuando la estructura económica y social
les hace depender del azar”.